Por Miguel Arce

Con este artículo pretendo reivindicar los valores y recursos de la Mediación como elementos valiosos a la hora de implementar la gestión de conflictos en la Facilitación de procesos grupales.

Desde la infancia vamos normalizando e interiorizando ciertas prácticas en la gestión de conflictos porque han estado presentes en diferentes ámbitos de nuestra vida.

Me refiero a esquemas simplistas, polarizados y jerarquizados basados en que quienes tienen más autoridad (sea en el ámbitos familiar, educativo, laboral o social) son quienes deciden quién tiene razón y quién no. Su preocupación se centra más en buscar culpables y en atender las consecuencias del conflicto que en tratar de prevenirlo, analizar sus causas y aportar herramientas para poder abordarlo colectivamente.

La Mediación surge como respuesta social a una necesidad de encontrar nuevas fórmulas de gestión de conflictos más colaborativas, centradas en atender las necesidades de todas las partes desde la plena implicación de sus protagonistas directos.

El problema es que la idea de Mediación que se está dando a conocer desde las instituciones, es su versión más restrictiva, encorsetada y judicializada, porque surge con una pretensión muy concreta: desatascar los juzgados que se encuentran totalmente saturados de casos pendientes.

Por esta razón, la Mediación que está “de moda” está muy vinculada al mundo del Derecho. Y cuando un conflicto se “judicializa”, se abandona la pretensión de que las partes lleguen a algún tipo de acuerdo consensuado, delegando en unos profesionales (abogadas/os y fiscales) que, si es necesario mintiendo u ocultando parte de la verdad, tratan de conseguir que su cliente, con razón o sin ella, venza a la otra parte. No es la mejor forma para mejorar su relación posterior.

Estas prácticas tienen muy poco que ver con los valores de participación, implicación, horizontalidad, sinceridad, responsabilidad, confidencialidad, colaboración, respeto mutuo… propios de los valores originarios de la Mediación.

Como entienden la Mediación como un complemento (y no como una alternativa) al sistema normativo actual, la limitan a conflictos de poca importancia, reservando los asuntos “graves o serios” a las vías reglamentarias de siempre.

La propia legislación española prohíbe, por ejemplo, mediar en casos de violencia de género. Se argumenta, con razón, que si existe mucha desproporción de poder entre las partes, la más poderosa podría cohibir a la más vulnerable forzándola de alguna manera a aceptar algún tipo de acuerdo. Pero se olvidan que esta desproporción de poder, que es cierto que de darse invalidaría a la Mediación como método para resolver ese conflicto en ese momento, habría de darse durante el proceso de la mediación, pero no tiene nada que ver con la supuesta gravedad del conflicto abordado. Prueba de ello es que se están dando y se han dado mediaciones en conflictos bélicos, en casos de genocidio, de tortura, de atentados… ¿No son graves estos casos?

La práctica demuestra que es posible mediar en cualquier tipo de conflicto, sea cual sea su gravedad, pero para ello han de darse 3 condiciones que han de ser aceptadas libremente:

1) Voluntad de asumir un diálogo con la otra parte (para conocer, aclarar, acercar posiciones…).

2) Implicación en el proceso de Mediación: aceptación de sus condiciones y de quienes la llevarán a cabo. Esto es fundamental ya que las personas mediadoras, aunque su misión no es proponer soluciones (ni siquiera aconsejar, ya que la búsqueda de soluciones queda reservada a las partes en conflicto) sí que lideran y guían el proceso y garantizan que fluya la comunicación.

3) Que durante el proceso de Mediación no se dé una desproporción abusiva de poder de una parte sobre otra.

Si alguna de estas 3 condiciones no se cumple, el proceso de Mediación debería ser interrumpido.

Los valores originarios de la Mediación son muy coincidentes con los de la Facilitación: confidencialidad, voluntariedad, respeto, protagonismo de las partes en conflicto en alcanzar un acuerdo consensuado, preocupación por el proceso y por cuidar la relación…

Cuando desde la Facilitación abordamos un conflicto, no sólo centramos la atención en una posible búsqueda colectiva de soluciones, sino que atendemos también al cuidado de las relaciones para asegurar el cumplimiento de dichos acuerdos, y es en este aspecto donde las herramientas de la Mediación son de gran ayuda: reformular, reflejar emociones, encuadrar, descubrir conectores (Elementos comunes entre las partes), factibles (comenzar por alcanzar acuerdos fáciles que allanen el terreno para alcanzar otros más complicados), caucus (encuentros individuales), diferentes tipos de preguntas (circulares, hipotéticas…) …

Un elemento fundamental para restablecer las relaciones es darle espacio, voz y escucha al malestar emocional de las partes y, si es posible, reparar el daño causado. A mi modo de ver, éste no es sólo un aspecto más a tratar, sino el elemento fundamental que nos ayudará a conseguir ese restablecimiento de las relaciones.

Cuando hablamos de respetar y dar espacio al dolor de las partes, hay quien se inquieta porque lo relaciona con una “equidistancia injusta” respecto a los motivos que lo ocasionaron.

Cada parte se siente con más razón que la otra y tiene un relato de los acontecimientos que le lleva a reconocer su propio sufrimiento a la vez que a ignorar, infravalorar o en ocasiones a ridiculizar el de la otra parte.

Estamos confundiendo términos. Sería deseable que supiésemos distinguir entre la regulación de posicionamientos e intereses enfrentados, y el reconocimiento mutuo del sufrimiento. Es la igualación moral del sufrimiento a la que se refería el premio Nobel de la Paz Desmond Tutú en la Comisión de la Verdad de Sudáfrica. Es el reconocimiento equitativo del sufrimiento, no de lo que lo ocasionó.

Mediación y Facilitación no son sinónimos, está claro. Si un grupo necesita una Mediación para gestionar un conflicto concreto necesita una persona (o personas) formada en Mediación.

Pero la Mediación aporta ciertos recursos y prácticas que son fundamentales a la hora de fomentar la empatía y favorecer el respeto y la comprensión del dolor mutuo.

Por ello entiendo que la formación en Mediación es, como otras muchas formaciones complementarias, fundamental para un buen desarrollo de nuestra actividad facilitadora, pues nos ayuda a humanizar a las partes en conflicto, elemento fundamental para favorecer una solución colaborativa.

Miguel Arce (miembro del IIFAC-e, facilitador de procesos de grupo y mediador comunitario y escolar)