Uno de los aspectos más difíciles y, al mismo tiempo, más apasionantes de la facilitación es el arte de poder fluir con el proceso y acompañar lo que está pasando.

En los últimos tiempos haciendo formaciones, he recordado que uno de los grandes retos de ser facilitadora es dar el salto de ser capaz de soltar el programa establecido, la propuesta que hemos preparado, para improvisar y poner al servicio del grupo las habilidades y herramientas que llevas para acompañar lo que está surgiendo en el momento.

Para poder hacer esto, en mi experiencia, he necesitado pasar por estructuras rígidas, programas establecidos y ceñirme a este, a pesar de que no fuera lo más apropiado en el momento. Equivocarme me ha enseñado mucho. Aquí no puedo si no nombrar una frase que salió en un grupo de formación en Málaga que es muy apropiada para esto «lo que comes hoy lo cagas mañana y la cagada de hoy es nuestra sabiduría para el mañana».

Hacer este salto también implica un cambio interno. Implica dar más espacio a lo que sucede fuera de nuestro alcance, al caos, a lo imprevisible. Confiar en el grupo y en su sabiduría, en que el grupo sabe lo que necesita y nuestro rol es simple y complejamente acompañarle en la toma de conciencia. Yo, aún lidio muchas veces con mi sentido de responsabilidad, puesto que desde esta óptica también implica soltar poder, para dar más poder al grupo. Yo no llevo al grupo a ninguna parte, sólo sigo su rumbo, que, a veces, es errático.

Otro reto difícil es lidiar con la idea de final feliz que tan bien hemos aprendido a través de los cuentos, de las películas…. Esperamos que nuestra intervención consiga sacar las mejores sonrisas del grupo. Y, menuda frustración cuando el resultado son caras largas, lágrimas, distancia, rotura, estancamiento…. Aún sigo lidiando muchas veces con esa idea. Y es bonito dejarse sorprender, terminar una sesión de facilitación con un grupo, en la que hemos estado estancados en un lugar, visitando las tinieblas y al cabo de un mes, darse cuenta que estar allí, en ese preciso lugar, ha significado un aprendizaje enorme para el grupo y que ha permitido que algo profundo se mueva.

Así pues, hay que seguir reinventándonos. Llenar nuestra maleta de recursos. Conocer nuestras habilidades y entrenar de nuevas. Y sobre todo experimentar y equivocarnos mucho y hacer de ese error un proceso consciente de aprendizaje. Y estar en contacto con el propósito, ese para qué, que junto al grupo, nos guiará en su camino.

Mireia Parera Puigdomènech, 20 de mayo de 2016